(Mientras pienso en todo lo que quiero escribir, disfruto la canción «Aprovecha», de mi querido Santiago Benavides, y debo reconocer que ya se me fueron un par de lágrimas)
Durante muchos años he cuestionado la iglesia a la que pertenezco, refiriéndome a la cristiano evangélica. Debo admitir que en ciertos momentos me senté en un trono de sabiduría personal y desde allí promulgaba los decretos que la iglesia debería seguir para no ser lo que es, como si toda su existencia y práctica estuviera errada. Como si no existiese pasado y como que yo me hubiese evangelizado a mí mismo.
Mi papá aceptó a Cristo porque un creyente de los ochentas, probablemente noventas, le habló de Jesús. Los líderes que con paciencia me discipularon fueron creyentes evangelizados en décadas anteriores. Las iglesias en las que nos reunimos fueron construidas en mingas a las cuales yo no asistí. Eso quiere decir que el pasado es la base de nuestro presente.
La Biblia que tienes, la enseñanza que tienes, la teología que estudias no se creó ayer.
Sí, hay errores en nuestra manera de ser y hacer iglesia. Sí, tengo muchas observaciones, críticas e ideas para nuestra vida congregacional, y sí, durante años critiqué a la iglesia que pertenezco, pensando que todo el pasado estaba mal y que no había nada rescatable excepto los himnos, el piano y un par de personas. Ahora me doy cuenta que fui injusto, soberbio, que del pasado vengo por el esfuerzo y amor de otros.
En el pasado… alguien oró por ti
No es que me contradiga ahora, es que me doy cuenta del valor del pasado. Ninguno de los creyentes contemporáneos conocería el evangelio sin el trabajo de todos los años pasados. Tantos hombres y mujeres en el Ecuador y Latinoamérica que pagaron piso, que aguantaron piedras por hablar de un Jesús vivo, que caminaban kilómetros porque los autobuses no les llevaban por su credo. Tantas mujeres que fueron insultadas por la enseñanza que daban a niños del barrio. Todo el esfuerzo del pasado dio su fruto y somos nosotros.
Somos fruto de las oraciones de otros, de los del pasado, de los que criticamos sin darnos cuenta que ellos mismo pedían a Dios por jóvenes, niños y adultos que sirvan a su generación. Yo no oré por mí mismo, alguien que quizá no conozco oró por mi. Somos hijos del pasado, con un Dios en presente, que nos anima a mirar lo que otros hicieron para que nosotros estemos aquí.