¿No te ha pasado que planeas algo, le metes mucho corazón, lo imaginas e incluso imaginas su desenlace, y en un momento… no sucede?
- Planeabas tener tu propio negocio, vivir de tú talento y llegar muy lejos. El crédito no salió.
- Planeabas casarte con el amor de tu vida, ser felices para siempre. Las cosas terminaron
- Planeabas viajas a muchos rincones del mundo y conocer varios lugares. Llegó la pandemia.
Pues yo siento que en varias ocaciones en mis planes, Dios me ha cerrado puertas, «me ha puesto el pie» o ha planteado interrupciones para detenerme junto antes de que suceda lo que yo quiero.
No quiero decirte: «las cosas pasan por algo», «si debe se será» o «el tiempo de Dios es perfecto» (de esta última hablaremos en otro momento), sino que quiero hablarte de lo que pasa en mi corazón cuando todo se viene abajo.
Entiendo que ver los planes destruidos y sueños que no van a realizarse, lo se por que lo he vivido y muchas veces me ha costado levantarme de ese dolor, pero no me di cuenta que en medio de esa tristeza me dejé guiar a un hoyo de autocompasión.
No me mal entiendas, no es que esté mal conocer tus propias emociones y aceptar sentirte triste en ciertos momentos de tu vida, lo que está mal es crear fiestas de autocompasión enfocados en hacerte creer que eres un «pobre ser vivo olvidado por Dios, al que nada le sale bien porque no merece nada».
Esas ideas de tenerte pena constante y convencerte que «nadie te va a amar», «merecía sufrir por que fallé», «Dios no quiere que me pasen cosas buenas» solo te impiden ver las interrupciones en tus planes como algo bueno y valioso, pues te enfocarás en lo que nunca pasará en lugar de intentar alejar la mirada para poder ver más allá de la niebla.
Dios no quiere que te autoflageles por cosas que ya pasaron o por cosas que ya no puedes cambiar.
Entonces, basta de sentarte en una esquina para mantener tu corazón y mente enfocados en el dolor. Si debes hacerlo, llora, respira y piensa qué es lo que necesita ese plan para que si pase, qué es lo que necesitas tú para que tus sueños y propósitos estén bien enfocados y no naufraguen.
Hay diez mil momentos de interrupciones, pero una interrupción no siempre significa el final de todo. En esos momentos de interrupción o «descanso» puedes analizar sobre que bases estaban tus planes, puede que necesites tiempo para volver a preparar el camino a la meta.