Hace unos años, una de mis jefas de la emisora en la que trabajo me dijo «Jimmy, cuando trabajamos aquí perdemos nuestro apellido. Dejas de ser Jimmy Sarango y te conviertes en Jimmy, el de la radio». Fue algo que me incomodó un poco, pensando en que desde ese momento mis decisiones serían vistas a través del lente del lugar en el que trabajo y el ministerio que ejerzo. Pero no era la primera vez que sucedía, pues muchos años antes me di cuenta que tenía otro apellido aparte del que recibí de mi papá y mi mamá.
Cuando llegaba a un lugar decían «ahí viene Jimmy, el hijo del pastor Carlos». Mi identidad al presentarme con alguien estaba condicionada no solo por ser el hijo de alguien, sino por su cargo. «Si el papá es pastor, entonces el chico debe ser ejemplar, no cuestiona, obedece todo, no reclama» era la suposición de muchos. En el colegio en el que estudié hubo gente que me criticaba y juzgaba por ser el hijo de alguien y no por ser persona. «Le haces quedar mal a tu papá» fue una frase que oí varias veces de parte de un pastor que no entendía que yo era otro, no una extensión de mi padre.
No soy el único al que le pasa. A las esposas de los líderes y pastores les sucede lo mismo. «Te presento a…, la esposa del pastor». Si es una mujer con oficio, título o profesión, no importa, todo se reduce a tu nombre y con quién te casaste. Es triste e incómodo, lo sé, pero es lo que sucede. Me preguntan por alguien, me dicen su nombre, su profesión, a qué se dedica y no sé de quién hablan hasta que me dicen «la esposa de…» y lo recuerdo.
Demostramos poco interés en la gente al conocerlos por el apellido agregado y no por lo que son. Inconscientemente les estamos diciendo «tu valor está determinado por estar casado con tal persona, si no fuera así no nos interesa saber de ti».
Imagínate un adolescente que está construyendo su identidad, al que todos los días le recuerdan que su importancia está determinada porque sus padres ocupan cierto cargo de liderazgo. Le quitas la oportunidad de ser evaluado por ser persona, por existir, por su individualidad.
No solo sucede en el ámbito religioso. A muchos les han pegado un adhesivo en la frente con un nuevo apellido basado en equivocaciones, decisiones, pasado, en el dolor. «Te acuerdas de…, la divorciada«, «el hijo de la amante«. Todos cargamos con algún apellido adicional que no merecemos, que no hemos pedido, pero que otros se han tomado la «libertad» de agregarnos.
Jesús te llama por tu nombre
Mientras todos dicen la divorciada, el borracho, la fácil, el hijo o la esposa del pastor, Jesús te llama por tu nombre. Él no usa los apellidos que otros te han puesto porque sabe que eres más que el error que cometiste, y más que la persona de quien eres hija o con quien te casaste.
Es cansado a ratos, sin duda, pero saber que Jesús sí sabe nuestro nombre, nuestro propósito, pasado, presente y futuro. Él aligera la carga de vivir con una etiqueta pegada a lado de nuestro nombre, y mientras él sepa quién eres, poco o nada importa lo demás.