Me he dado cuenta que somos exigentes, cada día esperamos que todo funcione bien para nosotros. ¿Y los demás? Pues que se j…. ¡dediquen a solucionar lo suyo!
Últimamente he leído que «quien no te buscó, te cuidó o se preocupó por ti durante esta pandemia (cualquier momento difícil) no te merece». Es que esperamos tanto de otros, queremos que sean ellos quienes beneficien a nuestro corazón. Tenemos altos estándares de lo que la gente debe hacer para que nosotros nos sintamos bien en nuestros momentos difíciles. Esperamos que los demás nos demuestran cómo y cuánto nos aman, pero no nos atrevemos a pensar que ellos esperan lo mismo y muchas veces será nuestro turno de amar. Cuando se trata de dar… no tenemos nada para dar.
En estos días -que la verdad los que pasado sintiendo como un chubasco me persigue al caminar- esperaba que la gente a mi alrededor entendiera que sucedía, que le dieran importancia y que pudieran sentarse a mi lado y ayudarme a soportar. Pero no pasó.
Me enfoqué en preguntarle a Dios: ¿por qué debo pasar por esto sintiéndome sola? lo único que pude entender: “Para que identifiques como acompañar en el dolor ajeno de los que también se sienten solos”
Y es que digo que la lucha de uno es la lucha de todos porque entiendo que, aunque no pasamos por las mismas experiencias, todos hemos atravesado ansiedad, dolor, tristeza, coraje, decepción, dudas…. todos caminamos por la obscuridad.
No, no siempre vas a poder entender a otros, no siempre vas a poder reconocer lo que sucede y no siempre vas a lograr mejorar sus días, pero puedes empezar por esto:
- No te atrevas a resoplar en burla cuándo alguien te cuente que piensa que tiene depresión.
- No te rías de los ataques de ansiedad y preocupación de otros solo porque para ti no tienen sentido
- No trates de acortar el luto de otros solo por que “ya es hora de seguir”
- No te burles de las lágrimas que alguien suelta porque piensas que no es para tanto.
- No te atrevas a minimizar las razones de lucha de alguien más
El dolor ajeno sigue siendo dolor, y tu capacidad de consolar, escuchar y acompañar a otro refleja lo que en verdad has aprendido de tu dolor junto a Dios.
El dolor ajeno, importa tanto como mi propio dolor.