Cambiar el concepto de un Dios intervencionista quizá sea uno de los desafíos más difíciles que podemos encontrar como creyentes, pero quizá también sea el más necesario si queremos reivindicar la presencia de Dios en este mundo. Esto no quiere decir que Dios no está presente en la vida de los seres humanos, pero hay que aceptarlo, ninguno de nosotros ha experimentado a un Dios que constantemente interviene de forma «milagrosa» (sobrepasando las leyes de la naturaleza) en nuestras vidas.
¿Cuántas veces hemos deseado que Dios haga algo extraordinario por nosotros y no lo hemos obtenido? Muchos han rogado por ver a su ser querido sanarse milagrosamente de una enfermedad terminal y no han tenido resultados positivos, estas cosas no suceden como en las películas. Quizá existan personas que afirman haber experimentado un acontecimiento milagroso, y está bien, hay cosas que no tienen fácil explicación, pero personalmente creo que esos casos solo son excepciones que confirman la regla (Dios no interviene directamente en la vida humana).
Un Dios intervencionista pondría en tela de juicio la libertad humana. La libertad supone que nosotros somos los que determinamos las acciones, es decir, las cosas suceden porque nosotros las hemos buscado así o podríamos haberlas hecho de otra manera, eso indica que las cosas no están determinadas de antemano.
Si Dios interviene en todo, entonces no hay libertar ni responsabilidad.
Lo que sucede en este mundo sigue las leyes dadas por el creador. Esta sociedad es el producto de las decisiones humanas. No hay libertad si Dios interviene directamente en la vida y en la historia de los seres humanos.
¿Por qué ese constante anhelo de que Dios obre en favor nuestro quitándonos el sufrimiento, evitando la muerte o solucionando nuestros problemas? No nos damos cuenta que esperamos que Dios haga de la vida otra cosa de lo que es, es decir, la vida también es sufrimiento, muerte y dolor, y no podemos esperar que no tenga esos ingredientes. Si esperamos que Dios intervenga sanándonos de una enfermedad, hay que saber que, aunque eso pase, tarde o temprano nuestro cuerpo no resistirá y el milagro de la sanación será en vano si queremos evitar la muerte.
Es mejor aceptar la vida tal cual es, reconocer que, aunque es lindo creer en un Dios que está para nosotros, que obra constantemente en nuestro favor y que tiene un plan para nuestras vidas, la realidad no es tan cercana a esa creencia. Podemos vivir con esa ilusión, buscar constantemente hacer cosas que nos permitan ganar el favor de Dios y lo más probable es que no obtengamos los milagros que tanto deseamos y eso sólo provocará decepciones grandes que hasta nos puedes llevar a alejarnos de Dios o dejar de creer en él y esto sólo será un problema nuestro, por esperar o desear que Dios haga cosas que no hará por respetar la libertad que él mismo nos ha dado.
¿Qué sentido tendría creer en un Dios que no hace milagros?, ¿dónde está Dios cuando más lo necesitamos? ¿por qué no hace algo ante la triste realidad de la vida? ¿cómo entender su presencia en este mundo? Preguntas difíciles de responder, ante las cuales algunos pensadores llegan a concluir que, aunque Dios está ausente en cuanto a la intervención directa, está presente como creador, como fuente de vida, de amor y de sabiduría, es decir, Dios no está para hacernos la vida más fácil, no está para resolver nuestros problemas, pero sí está para acompañarnos, está para fortalecernos en las buenas y en las malas.
Algunos pensarán que esto es una especie de ateísmo, pero contrario a ello, pienso que esto requiere más fe; parece alentador creer en un Dios que hace milagros, pero creer en Dios aun cuando no esperamos que haga milagros es realmente un acto de fe. No necesitamos el intervencionismo divino para creer que hay Dios, podemos encontrar otras razones para seguir creyendo que hay algo más allá de lo que podemos percibir o comprender.