¿Cuántos jóvenes hay dentro y fuera de la iglesia que en algún momento de su vida cristiana se dieron el tiempo para cuestionar las doctrinas de su tradición de fe? y ¿cuántos más entendieron en alguna clase de filosofía o en alguna conversación profunda con amigos que la mayoría de sus creencias religiosas ya no tenía sustento y razón de ser? ¿Cuántos son los que han quedado a la deriva, los que se han alejado porque todo lo que habían creído ya no parecía coherente ante las evidencias de la razón o la ciencia?
En mi poca experiencia como miembro y líder de la iglesia y como teólogo (más de 8 años), he sido parte del cambio cultural que se percibe en estas generaciones. Los jóvenes hoy por hoy tienen acceso ilimitado al conocimiento, a la cultura y a todo aquello que les presenta nuevas perspectivas de fe, y no sólo eso, tienen acceso a todas las perspectivas científicas y filosóficas que contradicen la religión e incluso que ponen en duda la fe en un Dios supremo.
Hemos sido testigos de la cantidad de jóvenes que poco a poco han ido perdiendo su deseo de estar en la iglesia, muchos de ellos con buenas intenciones y con dudas razonables que le llevaron a cuestionar sus creencias y que, en esta búsqueda de respuestas, no encontraron más que una pared, un límite que no podían traspasar, una tradición que no les permitía libertad de pensamiento y que les hacía sentir culpables por dudar, una tradición que les exigía creer sin saber que para ellos muchas de estas creencias parecían estar en contradicción con las ciencias humanas y sociales y también con su propia experiencia de vida.
Son muchos como yo los que realmente quisieran creer y quisieran repetir con libertad una doctrina, pero nos es imposible. Nuestro deseo de ser coherentes ante las evidencias y nuestro deseo de poner la razón por encima de las creencias nos impide recitar con libertad un credo que no encuentra sustento alguno ante la lógica y la experiencia humana; ¿esto que quiere decir, que somos rebeldes, que no tenemos fe, que estamos muy lejos de Dios por dudar de las enseñanzas que hemos recibido y que muchos han repetido a lo largo de la historia? Pues quizá no tenemos tanta fe como la mayoría de los que están dentro de la iglesia sin cuestionar abiertamente las creencias que se profesan en su tradición religiosa, tenemos nuestras dudas y nos cansamos de las mismas respuestas prefabricadas que hemos oído una y otra vez y que realmente no convencen a nadie, es probable que ni siquiera convencen a los que repiten con ahínco tales creencias.
¿Qué opciones tienen aquellos que se han cuestionado sinceramente sus creencias?
¿Acaso el agnosticismo o el ateísmo son el único camino a seguir, o será que no hay más opción que hacernos a un lado y alejarnos de la tradición de fe que en algún momento nos dio seguridad e identidad?, ¿No será mejor seguir repitiendo las creencias de nuestros padres sin cuestionarlas?.
Muchos son los que prefieren acallar interiormente sus dudas razonables, otros no encuentran más opción que alejarse de la religión ya que no están dispuestos a quedarse en un lugar en el que saben y sienten que ya no pertenecen, pero muy pocos son los que han comenzado un camino de nuevos conocimientos que vaya más allá de las doctrinas y las creencias tradicionales, pero que no precisamente va más allá de la fe en Dios e incluso de la fe en Jesús.
Creo firmemente que es posible encontrar nuevas perspectivas, nuevos caminos que nos permitan modificar nuestras creencias sin necesidad de renunciar completamente a ellas. Hay una cantidad enorme de aportes teológicos que pueden ayudarnos a construir una fe que no tema ser puesta a prueba ante las evidencias y ante las experiencias variadas de la vida humana.
Es un camino que requiere de paciencia, de búsqueda, quizá de errores y también de aciertos, pero sobre todo, es un camino de construcción personal, un camino hacia la libertad. Es un desafío para esta generación, el desafío de dar un salto hacia delante para profundizar en la doctrina, modificar las creencias y encontrar una fe que pueda ser aceptada y sobre todo que pueda ser vivida en este momento histórico que nos ha tocado vivir.
No pretendo mostrarles la verdad absoluta, ni siquiera se si algo bajo ese concepto es posible, lo que pretendo es mostrarles las perspectivas teológicas que han estado con nosotros desde hace mucho tiempo, y que nadie nos las ha querido enseñar desde un púlpito o desde una clase de escuela dominical, pero están ahí y son parte de la reflexión de muchos pensadores que decidieron poner sus conocimientos al servicio de los creyentes y no creyentes.
Desde hace mucho tiempo aprendí que cuestionar las ideas o los conceptos que la gente tiene sobre Dios, sobre lo que es y representa para la humanidad, no es sinónimo de ateísmo, tampoco es simple rebeldía, o falta de fe, por el contrario, es una búsqueda de Dios que está libre de prejuicios religiosos, libre de conceptos abstractos y que busca encontrase con la divinidad sin las limitadas interpretaciones de la tradición que ha encasillado en una serie de doctrinas el actuar y el mover de Dios.
Antes de renunciar completamente a tu fe, antes de aceptar cualquier opinión prejuiciada sobre Dios quiero invitarles a que juntos podamos avanzar en este camino y que podamos reflexionar sobre estas perspectivas de fe que muchos han ido construyendo a la largo de la historia y que pueden darnos una luz en medio de las dudas razonables que la realidad actual nos presenta.