Hay toda una descripción alrededor de la violencia que corresponde a lo que hacen otros, no a lo que hacemos nosotros.
En la televisión vemos «violento ataque armado…» y pensamos que si yo no tengo armas, no soy violento. «Violento asesinato», que pena, pero que bueno que yo no mato a otros, no soy violento. «Asalto con violencia» y miramos una puerta rota, y recordamos que nosotros nunca rompimos una puerta y creemos que no somos violentos.
Hasta que un día le gritamos a alguien, y nos damos cuenta que somos parte del mundo de la violencia.
En Ecuador hay muchas señales de violencia que pasan desapercibidas.
Desde la exigencia de la virginidad a las mujeres, pasando por decirle que es una cualquiera a una mujer que tiene una vida sexual activa. Nos paramos frente a frente con alguien para imponer nuestra razón y alzamos la voz, eso también es violencia. Decirle «lárgate y no jodas, no te quiero ver» también lo es.
El me vas a hacer tener iras y ahí no respondo también cuenta como violencia pues es una amenaza directa. Y podría continuar, pero quizá ya empezaron a pensar en los diferentes casos de violencia que les rodean, de los que han sido víctimas o responsables.
Con violencia comentamos en las redes, respondemos mensajes, contestamos en casa. Con violencia conducimos e imponemos nuestra razón a otros. Pensamos que los asesinos son violentos, sin darnos cuenta que ellos empezaron así, como nosotros.
No solo somos víctimas de la violencia, sino que también participamos de ella. Durante esta semana hablaremos de este tema tan presente que ya se nos ha hecho invisible.
El Señor vio la magnitud de la maldad humana en la tierra y que todo lo que la gente pensaba o imaginaba era siempre y totalmente malo. Entonces el Señor lamentó haber creado al ser humano y haberlo puesto sobre la tierra. Se le partió el corazón.
Génesis 6:5