No sé cómo empezar, ni qué decir. Ayer cenábamos juntos, nos reíamos, compartíamos el pan. Hoy ya no. No va a estar al momento de despedirnos, de decir “hasta mañana”.
Mañana en la madrugada no le miraré salir temprano a su tiempo de oración, con su abrigo ni su bufanda. No escucharé sus sandalias al llegar y despertarnos a todos. No habrá desayuno juntos, el primer sábado en mucho tiempo que no veré milagros o niños que se acerquen a jugar con el Maestro.
No entiendo cómo tanto sucedió en tan poco. No entiendo cómo la gente puede ser tan cruel, tan olvidadiza. El domingo le decían “Bendito el que viene en el nombre de Dios” y hoy gritaban “Crucifícale”. ¡De verdad no entiendo!
Judas amaneció muerto, no soportó la culpa de traicionar y vender al Maestro, quizá pensó erróneamente que su error era más grande que el amor de Jesús. De Pedro no sabemos mucho, desde la madrugada ha estado llorando; va y viene, se quedó sin palabras. Lázaro, Marta y María lloran desconsoladamente, sobretodo él, así como Jesús lloró al saber de su partida frente a la tumba.
Santiago ha consolado a la madre de Jesús, Juan llora, Mateo no dice mucho. Nadie entiende nada.
No queda mucho que decir, y quizá no he sido muy específico, es que me duele decirlo.
Jesús murió.