Vivimos en una sociedad que huye del dolor y de la frustración, somos inválidos emocionales, no sabemos convivir con la incertidumbre y la tristeza.
Por todos lados vemos mensajes de éxito, de winners que conquistaron cumbres y el camino de quien logra la cima para satisfacer sus placeres se ha transformado en la única meta, la cual persiguen todos. Tener fama, tener dinero, ser reconocido, tener poder e influencia.
¿Pero y qué hay de los que viven en la otra vereda?… y que son la gran mayoría.
Los que viven con lo justo, los que conviven con la tragedia, los que viven vidas parejitas sin cumbres ni plataformas luminosas, los que vieron cómo sus proyectos de vida se derrumbaron y no saben como recogerlos…
Jesús se identificó claramente con esa vida desde la periferia, es màs, se identifica con aquel «varón de dolores, experimentado en los quebrantos» profetizado por Isaías.
La ética de Jesús nos invita a ser agradecido en todo. Aceptar las cruces y confiar. Aceptar el silencio del cielo y entenderlo no como ausencia, sino como la compañía de aquel que no encontrando palabras para el dolor, solo abraza en un mudo “estoy aquí”.
Aceptar la hora oscura y entregarse impotente al Dios de amor que sabrá darnos un nuevo día. Agradecer a Dios en toda situación, aún en las tristezas y en las cruces. Y saber que la derrota de nuestros sueños nos puede llevar a vivir aceptando que la alegría no se encuentra en seguir aferrados al ideal sino a lo posible.
Si quisiste toda la vida ser el primero, quizás es hora de descansar sabiendo que solo nos dará para ser el número 15. Y desde ese presente posible, aprender a encontrarle valor a la vida, esa vida que no descansa en lo que tienes ni en lo que consigues, sino en quienes te rodean y hacen de nuestro camino una senda menos pesada.
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