Tendemos a sobreestimar y subestimar las profundidades que habitan ciertas circunstancias. Yo soy fan de los abismos, aunque atemorizantes, vienen llenos de crecimiento y de retos, si estamos listos para escuchar y aprender, se vuelven espacios llenos de magia y cambios.
Para la mayoría, los abismos son algo que se evita, incluso en momentos de mucha valentía no se salta a lo desconocido sin medir las consecuencias o las posibilidades que existen. Aunque yo soy de aquellos que analiza todo a su alrededor, que mide probabilidades, que racionalmente calcula los riesgos y aun así finalmente los toma, me gusta ser también de aquellas personas que en escenarios imposibles, en los que no se puede calcular el riesgo de forma real, salta al vacío.
Crecí dudando mucho de la forma mística que nos presentan la fe y debo admitir que aunque creo y he visto más de lo que mi mente cree posible, en ocasiones como Pedro, en medio de las aguas profundas del mar, tengo miedo y dudo de lo que está por venir, de lo que puede pasar, olvido por un momento quien está delante de mí esperándome en medio de esas aguas. La fuerza del viento y la agresividad del mar me aterran y entonces el abismo se siente abrumador, y me hundo.
En las últimas semanas he tenido que recordarme y me han recordado constantemente que debo confiar más allá de lo que mi razón me dicta posible, más allá de las probabilidades, de los escenarios inciertos en los que poco control puedo tener de una situación, en aquellos momentos en los que aunque llena de miedo tengo que confiar y saltar al vacío en busca de lo que espero y quiero. Anhelando siempre ser como Pedro, antes de que tuviera miedo, antes de que ese miedo nublara mi fe y mi valentía de saltar a lo desconocido sabiendo que su mano me espera. Incluso cuando tengo miedo y me hundo en esas aguas, su mano siempre me espera.
Hay que ser valientes para admitir que tenemos miedo, que es normal sentirse abrumado y perder la certeza de lo que esperamos por que las aguas se arremolinan a nuestro alrededor. Es normal, es humano. Y aun así, siempre que comienzo a hundirme me recuerdo que estoy aquí porque Él ha estado conmigo incluso en los abismos más oscuros y profundos, iluminando lo que no tenía luz, guiando mis pasos incluso cuando he saltado sin calcular los riesgos.
La fe es así, es un fenómeno maravilloso que sucede en nosotros y nuestro alrededor incluso cuando ante los abismos creemos que no podemos creer que sobreviviremos si saltamos, la fe funciona de formas que a veces olvidamos posibles, es un motor que crece en los ambientes más inhóspitos si se le da la oportunidad y se decide creer a pesar del miedo.
Así que, frente a los abismos, esos en los que hemos habitado antes y en los que ni siquiera experimentamos aun, deberíamos siempre recordar que si antes no falto su mano y su presencia a nuestro lado, tampoco faltará ahora.