Soy racista, clasista, a veces prejuzgo a los extranjeros sin conocerlos. Miro diferente a los que no se ven «normales», e internamente lucho con mi ego, conmigo mismo, cuando miro a otro y me siento superior.
Crecí con el discurso de los que tienen, los que no tienen y los de la clase alta, los que roban para estar ahí. Crecí pensando que ser blanquito es mejor, aceptando que el color piel es un rosadito claro, porque mi color, más cercano al café, nunca fue llamado color piel.
A pesar del origen indígena de mi apellido, me acostumbré a mirarlos como «ellos», no como «nosotros. También he criticado a las jóvenes que quedan embarazadas, calificándolas de tontas por dejarse embarazar. Muchas veces cambié de calle porque veía a una persona negra venir, pensando que me iba a robar, porque ese es el estereotipo en mi país: el negro es ladrón, y me lo creí, lo admito.
¡Cuántas veces empiezo a caminar más rápido porque pienso «ese tipo me va a robar»! ¿Cómo lo determino? Por como se viste, nada más. Tengo todo un bagaje de preconcepciones: si te vistes así, eres bueno, sino eres ladrón.
Muchas veces miré cuántas rayas tienen las zapatillas de alguien, para ver si tiene 3 y son originales o 2 y son truchas. Pensaba que tener un par de zapatillas originales es bueno, sin darme cuenta que la originalidad no se compra.
Me he burlado de los que no piensan como yo, he impuesto mi pensamiento a otros, he criticado ferozmente a quienes considero equivocados. Fui una máquina de sarcasmo cuando quería lastimar a alguien.
Y me sincero sobre esto solo para reconocer algo: delante de Dios todos somos iguales.
Todas mis ideas sobre otros valen un comino al momento de estar delante de Dios junto a mis hermanos. Aunque yo debería estar atrás, escondido, pidiendo que Dios no me vea para que no me avergüence públicamente por mis pensamientos, él me ve y me dice que me ama igual, a pesar de todas mis opiniones injustas sobre otros. Me recuerda que los ama muchísimo, que él los creó. Mi vergüenza puede ser grande, pero más grande es su amor para hacerme de nuevo si es necesario.
Toda esta reflexión me ha tomado varios días pensarla, y se dio porque el lunes entré a misa y pude mirar algo realmente hermoso, que les comparto aquí. Un hombre que vive en la calle, en muletas, sin una pierna se sentaba en la iglesia para escuchar misa. Yo estaba detrás sentado escuchando también (a veces lo hago). No tuve tiempo para emitir un juicio sobre este señor, simplemente me quedé maravillado al verme en el mismo lugar que él, delante del mismo Dios y saber que Él, nuestro creador, no veía como superior a ninguno de los dos, aunque era obvio que el señor con las muletas es más importante que yo.
Delante de Dios todos somos iguales, y eso me da esperanza porque me recuerda que por más malo que sea, por más abajo que esté en el ranking, él me ve con tanto amor como a los que critico, a los que Él creó.
Ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús.
Gálatas 3:28