Aún los creyentes en Dios necesitamos entender que somos responsables de nuestra vida. Dios guía, cuida, protege, dirige, pero tú y yo damos cada paso hacia adelante o hacia atrás.
En una ocasión, una chica llegó llorando a quejarse sobre Dios. Me dijo: «¡Por qué Dios permitió que me enamore si le pedí que no me dejara enamorar!» Ella pensaba que es mitad humana, mitad marioneta. No quería ser responsable de su decisión de pasar tiempo con el chico, hablar con él todo el tiempo, salir, besarse. ¿Cómo esperaba no enamorarse si hacía todo lo que le llevaba hacia eso?
Es más fácil culpar a otros que responsabilizarnos de nuestras decisiones.
Culpamos a Dios, a nuestros padres, al pasado, al ex, al desempleo, a la iglesia, a todos. Repartimos culpas, sin darnos cuenta que la culpa es algo que sentimos, lo que produce la culpa o la tranquilidad son las decisiones que tomamos.
Yo puedo hacer lo correcto y sentirme culpable, porque las decisiones y las emociones están conectadas pero no son lo mismo. Necesitamos superar esa idea de «mi culpa, tu culpa» y pasar a «mi responsabilidad».
- ¿Te despidieron y necesitas un ingreso? Deja de ver culpables y empieza a pensar en responsabilidades. Si tu responsabilidad es generar un ingreso puedes hacerlo hasta vendiendo sánduches.
- ¿Tus hijos no hablan contigo porque siempre que intentas decirles algo terminan discutiendo? No culpes a la adolescencia, hazte responsable de lo que les has dicho
- ¿Tus padres no están de acuerdo con tus decisiones erradas? Hazte responsable de lo que eliges y deja de culparlos por tus malas elecciones.
Dios guía nuestro camino, pero quien da el paso o se detiene eres tú. Dios nos muestra por dónde, pero eres tú quien decide a donde ir.
Muéstrame la senda correcta, oh Señor;
señálame el camino que debo seguir.Salmo 25:4