Hace unas semanas escribí sobre los pretextos que utilizamos para no hacer las cosas, y uno de ellos es el esfuerzo. Tenemos grandes sueños, pero no siempre tenemos grandes intenciones de esforzarnos. Aquella frase de cueste lo que cueste ya no es tan vigente.
Queremos servir a otros, crecer, aprender, ayudar, pero no queremos esforzarnos lo suficiente. No queremos sacrificar nuestras horas de Netflix, y sin esfuerzo, no llega nada que valga la pena. Es necesario incomodarnos para crecer, aunque cueste.
- Es que mis horarios no me permiten…
- Es que no se tanto como para ayudar a otros
- Es que quisiera, pero tengo tanto por hacer…
Sin esfuerzo, no llega nada que valga la pena.
Imagínate como se siente alcanzar aquella meta que tienes en mente, cómo te sentirías si empiezas a trabajar sobre ese aspecto de tu carácter que tanto problemas te ha traído. Piensa en la alegría de alcanzar una nueva meta.
Cambiar los hábitos que te lastiman o lastiman a otros es necesario. Puede ser difícil, molesto, incómodo, pero el resultado será favorable, aunque cueste. De hecho, cuando algo carece de valor, le restamos importancia. Como dicen nuestros amigos estadounidenses: no pain, no gain.
Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento.
2 Corintios 4:17