Aquella vez en que un pequeño Jesús decidió quedarse en Jerusalén, en el templo hablando con maestros de la Ley, escuchando sobre las escrituras, iglesia y poniendo todo su corazón en su misión, es mi historia favorita. (Lucas 2:41-50)
Inocentemente cada vez que leía ese pasaje, pensé que para estar en los “asuntos de mi Padre” tendría que estar en templos y rodeada de líderes hablando constantemente solo de la fe y demostrando también lo que yo sabía. Sirviendo en ministerios, siempre activa en la iglesia y demostrando como vivo de Gloria en Gloria sin nubes obscuras a mi alrededor. Gracias Dios, que equivocada estaba.
Los asuntos de mi Padre involucran:
- Amar a otros no solo con versículos, amarlos con mi tiempo y mi atención, escucharlos porque lo necesitan y lo merecen, para así comprender aún más sobre el amor al prójimo. Caminar con amigos y aprender de ellos ampliando mi visión y permitiéndome ver a Dios a través de ellos.
- Dedicar mi tiempo a aquello que me importa, desafiando incluso lo que “debería hacer” por aquello que llena mi alma y complementa mis propósitos. Comprometerme con aquello que deseo cumplir y no esperar a que llegue mágicamente.
- Hablar del amor inagotable de Dios y expresarlo a diario con aquellos que creen y más con los que aún no.
- Callar cuando nada de lo que salga de mí viene cargado con compasión y amor.
- Amarme, darme tiempo, misericordia y ánimo. Intentar y luchar cada día por elegir su presencia por sobre cualquier otra cosa.
Los asuntos de mi Padre no están en 4 paredes, sino listos para vivirlos ahí afuera.
Gracias a Dios porque podemos estar en sus asuntos todo el día todos los días, reunidos en templos o alejados en pandemia, porque podemos ser como ese pequeño Jesús y pelear por aprender e identificar aquello que nuestro Padre anhela de nosotros.
Y es que para ocuparnos de lo que el Padre ama es necesario caminar por donde nadie se atreve y acompañar a aquellos que otros han dejado atrás, y no es necesario ser un maestro de la ley, más bien solo querer ser útil.