Lo que mal comienza no siempre termina mal. Un mal día no define tu semana. Levantarse con el pie equivocado no define tu día. Haber cometido un error no significa que no puedes enmendar lo que se rompió. Comenzar en una mala dirección no te condiciona a estar imposibilitado de crear nuevos caminos que te conduzcan a dónde quieres llegar.
Durante mucho más de lo que me gustaría admitir, deje que ese bichito de lo que mal comienza, mal termina me hiciera creer que una vez que una situación, relación o decisión había comenzado mal (o iba mal), terminaría inevitablemente mal. Resulta que no solo no es así, sino que tenemos la posibilidad de cambiar todo lo que va mal y convertirlo en algo que nos haga bien y felices, porque:
- Dios todo lo hace nuevo y si somos sus hijos, cómo no hacer uso de la oportunidad que nos da de cambiar el rumbo de todo lo que ha empezado como no debería o iba funcionando mal.
- Somos seres libres y capaces de decidir hacer las cosas diferentes y corregir los caminos, momentos y decisiones que parecen terminarán mal y hacerlos nuevos y buenos.
Pareciera que el mundo te quiere ver caer más veces de las que quiere que te levantes. Escuchamos todo el tiempo que la vida no es fácil, que la vida es dura. Lo escuchamos tan a menudo que nos condicionamos a creer que debe ser así, que si algo malo nos sucedió pues siempre será así, que lo que alguna vez dolió siempre dolerá, que si nos tocó vivir una situación difícil pues no habrá tiempos sencillos, que lo que nos lastimó sin duda dejará cicatrices que siempre recordaremos.
¡Qué equivocados estamos, y qué equivocados están todos los que nos dicen eso!
En este año no solo he aprendido, sino que lo he visto hacerse tangible, que Dios si hace las cosas nuevas y para mejor. Nos acostumbramos a pensar que una situación en tu pasado que no resultó como querías no puede cambiar o que por costumbre la relación que con tu familia o amigos no funcionaba saludablemente no puedes sanarla, cuando es TODO LO CONTRARIO. Estamos en la capacidad de hacer y decidir hacer cambios sustanciales de la vida que queremos vivir, de las relaciones que queremos sostener, de las oportunidades que queremos darnos, de lo que queremos proyectar, de los trabajos que queremos conseguir, de los sueños que queremos cumplir…
Hemos sido llamados a tener una vida sana y feliz, no una vida llena de cicatrices que nunca sanaron, de caminos sin transitar, de relaciones sin éxito, de sueños que nunca se cumplirán. Y aunque hemos sido llamados a vivir de maneras que nos llenen completamente, estamos condicionados a creer que no es así, que si comenzamos mal, tenemos que terminarlo mal, cuando claramente podemos tomar la decisión de convertir algo que comenzó mal en algo maravilloso. Dios es capaz de convertir todo lo que comenzó mal o que por alguna razón se dañó en algo nuevo, si tan solo le dejamos trabajar.
Suena sencillo y no lo es; toma tiempo, disposición y trabajo llegar al punto en el que soltamos nuestra humanidad para dejar que su divinidad obre en formas que nosotros no entendemos posibles. Toma todo de nosotros soltar la rienda de los caminos que no van bien o en los que no obramos bien, para que él nos guie y los mejore, para que él nos muestre como ser mejores seres humanos, como amar mejor, como construir adecuadamente, como llegar a cumplir sueños que duren, como sanar.
Es completamente posible, pero requiere entrega y decisión de nosotros querer cambiar los malos comienzos por caminos felices.