Caminar con Jesús nunca ha sido garantía de felicidad, tranquilidad, snacks y tardes de Netflix.
En los relatos de su vida encontramos situaciones muy interesantes. Un día estás comiendo junto a cinco mil personas, mirando que un par de panes y peces se multiplicaron sorprendentemente. Otro día, ves un leproso sanarse, y unos días después alguien que murió, resucita. Y así como hay esos momentos sorprendentes, para selfies, también es tener momentos de inquietud e incertidumbre.
Caminar con Jesús es reírse, disfrutar, y unas horas después subir a una barca que se hunde. A veces pensamos que la presencia del Maestro será garantía de que el mar estará tranquilo, con delfines y atunes saltando, y no es así. Aún con Jesús en la barca, podemos esperar tormenta, olas fuertes, truenos, ruidos fuertes y temor frente a esa circunstancia. Entonces, ¿qué podemos esperar?
Quizá no nos damos cuenta de lo más importante: en la tormenta no estás sola, en la dificultad es Jesús quien está contigo. Los pescadores eran hombres fuertes, y en ese momento tuvieron que reconocer su miedo, ¿lo has hecho tu o mantienes una máscara para que nadie se de cuenta que como Pedro estás angustiado?
Sé que sería mejor decir «Si Jesús está en la barca todo estará en calma», pero prefiero contarte lo que veo en la historia bíblica: que habrán momentos difíciles, y allí debemos mirar a un rinconcito del barco, porque ahí, con una almohada hecha con un par de redes de pescar, está Jesús. No huyó, no se ha alejado, podemos pedirle que despierte y nos ayude porque el temor nos está ganando.
Cuando mi barca tiembla, cuando la tormenta golpea, él está conmigo.