Gritándole a Dios

Gaby Rodríguez Calle

Hace un año, cuando pasé por un episodio de ansiedad y depresión, me dijeron: necesitas hablarlo con Dios.

Esa noche casi me arrastré a mi habitación, y cuando empecé mi oración lo único que salió de mí fue “Señor, yo no sé que debo decirte…” acompañado de lágrimas.

Luego de un momento de repetir frases y versículos, yo ya no hablaba con él, le gritaba.

Le grité mi dolor y miedo porque para mí la depresión y tristeza era un símbolo de debilidad y no quería ser débil. Quería ser fuerte y demostrarles a todos que podía con todo lo que se me ponía en frente, como si fuera mi obligación ser invencible

Le grité mi ira por no haber actuado a tiempo. En mi mente no dejaba de repetir que él era Dios y aún así yo sentía que solo me veía desde lejos mientras todo se me caía a pedazos. Le pedía que al abrir mis ojos todo haya sido parte de sueños malos y que él me demostrara que iba a controlarlo todo.

Le grité el miedo que tenía al futuro, el miedo de no ver casi nada de lo que planee en mi mente y el terror de decepcionarlo miles de veces más.

Literal… LE GRITÉ, y cuando yo lo encaraba como un huracán sin control, él me encaró como una suave brisa que al final logró calmarme.

Luego de desahogar todo lo que mi alma tenía, me recordó que la tristeza profunda está permitida, que él la vivió y que sabe cómo se siente un ataque de ansiedad antes de caminar hacia algo.

Me susurró que él no estaba lejos de mí mientras mi mundo se desmoronaba, que el estuvo conmigo ante cada decisión y que muchas veces me aconsejó y otras confió en mi capacidad de saber lo que quiero para ser feliz.

Me sonrió mientras me dijo que en mi futuro si estaba él y que era lo más seguro que tendré para siempre. Mi futuro solo brilla si voy con el.

Aprendí que en mis encuentros con Dios no siempre hablar ayuda, porque para mi gritar, llorar, preguntar y callar a veces es la manera en que mejor me comunico con él. Me comunico mejor desnudando el corazón.

Lo amo por escuchar mis gritos y reclamos, por escucharme quejar de mis propias ideas y decisiones, por tener la paciencia de esperar a que el agua esté calmada para amarme y verme con dulzura.

Si hoy algo te pesa en el alma… Díselo (o grítaselo) a Dios

Cuencana. Escritora en Reflexiones de Bolsillo. Directora de Comunicación Corporativa. Enfocada en trabajo con jóvenes y adolescentes.

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