Jesús estaba rodeado de tres tipos de personas: los espectadores, los críticos, y los discípulos.
Los críticos eran los maestros de la ley. Miraban y escuchaban todo lo que decía Jesús para luego criticarle. Buscaban fallas en su mensaje. Sabían muchísimos textos bíblicos, conocían las tradiciones, y estaban a la espera de un error para señalarlo.
Los discípulos no sabían tanto como los maestros de la ley. Eran personas de trabajo, como me gusta decir, de a pie. Pescadores, cobradores de impuestos, los que no serían tomados en cuenta jamás por los rabinos, pero habían sido elegidos por Jesús para seguirlo y con gusto lo hacían.
Un crítico, como sabe demasiado, escucha a Jesús para analizar su discurso. Un discípulo lo escucha porque reconoce que su maestro sabe más que él.
¿Te imaginas tener a Jesús a lado, y que en lugar de escucharlo y aprender, te dediques a cuestionar todo lo que dice? ¡Qué cansado! Pero así somos. Nos pide algo y preferimos analizar que escuchar y obedecer.
Pídele a Dios sabiduría para entender con mente, corazón y acciones que él es más grande, y que quieres ser discípulo y no crítico
Sucedió que, estando Jesús a la mesa en casa de Leví,
muchos recaudadores de impuestos y pecadores
se sentaron con él y sus discípulos,
pues ya eran muchos los que lo seguían.Cuando los maestros de la ley que eran fariseos
vieron con quién comía, les preguntaron a sus discípulos:―¿Y este come con recaudadores de impuestos y con pecadores?
Al oírlos, Jesús les contestó:
―No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos.
Y yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.
Marcos 2:15-17