Empiezo disculpándome por el título de hoy. Pensé y pensé y no encuentro una palabra que lo describa mejor. ¡Necesitamos estar menos tiempo trompudos y más tiempo sonriendo!
Empecemos definiendo trompudo:
Dícese de aquella persona que tiene la capacidad de quejarse constantemente. Se quejan del tráfico, del clima, del cielo, de la fila del banco, del café si está frío o caliente, si falta sal, si hay mucho ruido, si no hay mucho ruido, si la iglesia le gusta, si no le gusta como hablan otros, etcétera. Se queja tanto que sus músculos faciales estiran su boca hasta el punto de que se forma una pequeña trompita, de allí se deriva el término trompudo.
¡Qué fácil es quejarnos! Y lo digo por experiencia. Soy de aquellos que puede encontrarle un pero a todo, y una de las lecciones más complicadas de mi vida ha sido disfrutar más y quejarme menos.
¿Te imaginas a Jesús quejándose de Mateo, de Pedro, de las sandalias, del viaje, del olor de Lázaro?
Necesitamos aligerar la vida. Los latinoamericanos estamos programados para buscar culpas y señalar a otros, por eso es un trabajo diario liberarnos de eso.
Para mi ha sido un desafío hacerlo en estos últimos años, y quizá para ti es también un reto, o quizá para alguien que conoces. Dile que sonría más, no le señales su trompudez. Anímale, quizá lo hace porque vivió rodeado de trompudos. Una sonrisa puede cambiar el día de alguien más
El corazón alegre hermosea el rostro
Proverbios 15:13