Algo característico de los fantasmas, suponiendo que fueran reales, es que están donde menos lo imaginamos. Su presencia se vuelve habitual al punto de que la gente habla de ellos como si estuvieran ahí.
Hay familias que «viven» junto al fantasma del abuelo, el fantasma del primo, del perro, del gato, etc. Hablan de ellos como si estuvieran ahí, como si vivieran con ellos. El problema de vivir con fantasmas es que no nos damos cuenta que representan a alguien que ya no está, ni estará.
Conozco a muchos que viven con el fantasma de su ex. Hablan de ella como si todavía estuvieran en una relación. Cuentan las historias de su romance como si se pudieran revivir los momentos. Les separan un espacio de su vida para seguir en contacto, aunque no sea algo real, sino una suerte de relación con el más allá.
Muchos viven con los fantasmas. Hablan de sus ex parejas, de quienes perdieron, como si estuvieran. Se niegan a darse cuenta que por más que recuerdes a alguien, no estará nunca más contigo. Piensan que el adagio popular de «recordar es volver a vivir» es completamente cierto, y no es así.
Vivir con fantasmas te impide vivir con quienes están a tu lado de verdad. Vives fraccionado entre brindar atención a quien te acompaña y atender a tu fantasmita amigable. No das todo de ti porque aún estás atado a esa persona que ya se fue, pero tú no dejas ir de tu corazón.
Es hora de guardar esa silla que reservas para alguien que no volverá. Es hora de quitarle el nombre a ese espacio en tu corazón a quien ya no pertenece ahí.
Deja de invocar al más allá con canciones, con conversaciones, con likes en fotos y comentarios en la foto de alguien para quien quizá tú eres también un fantasma. No vengas del otro mundo a incomodar a otros, ni tú te incomodes por seguir viviendo algo que no existe, porque aunque te duela saberlo, los fantasmas no existen.