La primera vez lo conocí un 19 de septiembre, se que suena raro pero lo reté a demostrarme su poder y existencia impidiendo que mi papá muera. Y sí que lo demostró.
Los siguientes encuentros se enfocaron a mi bienestar y a mis interminables preguntas pidiéndole dirección en decisiones que no quería tomar, pero lo hice. Ahí conocí su amor por dejarme ser yo.
A partir de ese punto los encuentros con él fueron una delicia, horas de hablar sobre secretos, sueños y enojos. Fueron momentos en los que ya no usábamos palabras sino éramos solo él y yo escuchando nuestras almas. Conocí su espíritu y un punto más allá de lo explicable.
Pero claro que hubo momentos en los que no llegué a las citas porque siempre hubo otro lugar en donde estar. Luego tontamente lo acusaba de no conocerlo y de que no respondía ¡Qué hipócrita! Cuando fui yo quien lo dejé esperando. Me mostró su lado misericordioso, paciente y amable.
Si eres cristiano y te han preguntado sobre tu testimonio definitivamente has hecho alusión a ese “gran y único encuentro” en el que decidiste seguir a Cristo. Al menos yo lo hice muchas veces pero luego me di cuenta que minimizaba la importancia de todos los encuentros que vendrán.
Es que con Dios cada encuentro es el avance a un nuevo nivel a su corazón y propósitos. No solo basta conocerlo esa primera vez en la que puede que hayas llorado amargamente y el te consoló (ahí conoces su amor de padre).
Es importante que recuerdes cuando conociste su lado consentidor dando lugar a tus anhelos. Su lado justo acompañándote en las consecuencias del pecado. Su lado dulce cuando escuchaba todo lo que tenías que decir con paciencia, o el poder de su autoridad cuando su no fue no.
Los encuentros con el me maravillan cada vez más, no se enfocan en una sola conversación. Y de eso se trata que cada encuentro en oración, adoración y su palabra puedas descubrirlo y que te dejes descubrir
Hoy puedes hacer memoria, recuerda esos encuentros distintos en los que cada vez pudiste conocerlo mejor, que emocionante poder identificar cada rasgo y manera de ser de tu Dios, de un Dios que no quiere ser lejano.