Desde muy niña aprendí que tenía que ser fuerte en muchos momentos, pero solamente aprendí una manera de ser fuerte. Crecí pensando que estaba bien ser fuerte mientras evitaba adueñarme de muchos de los sentimientos que me inundaban, como si sentir de cierta manera implicara debilidad o una incapacidad de hacerle frente a un momento difícil.
Hasta hace algunos años no entendía la importancia de darle el lugar que merece sentir el momento presente. Había aprendido muchas cosas durante los procesos que he vivido en estos años, pero si algo me resultaba difícil era darle prioridad a mis sentimientos, siendo sincera aun me cuesta trabajo recordar que debo hacerlo.
Lo que sucedía era que no sentía que tenía tiempo para ser vulnerable porque todo pasaba tan rápido a mi alrededor y había tanto que enfrentar, que lo último que tenía prioridad para mí era sentarme a llorar o darle duelo a mis perdidas. Subestime el poder que el pasado puede tener sobre tu presente, porque eventualmente, cuando pude respirar un poco después de tantos dolores de cabeza, los momentos que de una u otra manera venían cargados negativa y positivamente me alcanzaron y me abrumaron.
En este tiempo estoy tratando de darle importancia a mi pasado, resolviendo temas pendientes, aprendiendo que en medio de ese dolor (que ya dejó de ser un dolor específico sino que se volvió una bola de nieve de muchos dolores) debo también darle importancia a mi presente y sentir lo que deba sentir para evitar caer en viejos patrones.
Quizá tenemos el mal concepto de que porque tenemos a Jesús con nosotros o tenemos una fe a la cual aferrarnos no deberíamos sentir emociones negativas o que ese tipo de sentimientos están lejos del ser cristiano. Pero olvidamos que Él también sentía. Él también vivía. Él también sufría. Si su ejemplo es el que buscamos seguir, pues ¿por qué no nos damos el permiso de sentir y vivir?
Recuerda que Él lloró cuando su amigo falleció, le dio la importancia que merecía el momento y el sentimiento, porque a veces cuando te inunda el dolor, no hay ni suficientes palabras ni las adecuadas que puedan describir lo que sucede dentro de nosotros.
Si los últimos años me han enseñado algo es que sigo aprendiendo, que mi vida es mi proceso. Y si sigo aprendiendo de alguien es de Él, porque en medio de mis días más oscuros le tengo a Él conmigo. En medio de mí confusión esta Él para aclarar mis ideas, en medio de mis errores esta Él para recordarme que me ama sin importar cuan caótica puede estar mi vida a momentos, en medio de mi dolor esta Él para besar mis heridas.
Quizá no tengas ni idea de cómo empezar a lidiar con el dolor que te rodea o que te han causado o te has causado, pero sin importar cuanto te tome, decide sanar, decide sentir. Él no te juzga, no juzga tu dolor ni cuánto tiempo te tome procesarlo ni de dónde provino. A Él le importas TÚ. Siente.