¿Te ha pasado que el dolor te paraliza o nubla tu mente? ¿Te has sentido perdido en medio del caos que el dolor de una situación produce, sin saber siquiera si es posible ver hacia el futuro, mucho menos soñar?
En ocasiones el dolor que vivimos torna nuestro presente e incluso nuestro futuro en incierto, nos hace dudar de lo que vendrá o si es que será posible soñar en grande.
Cuando comencé a vivir tiempos difíciles en mi vida, periodos de mucha incertidumbre, escuche muchas cosas a mi alrededor, me llene de muchos pensamientos, la confusión me invadía respecto a lo que venía y cómo podía mantener la fe en medio de lo que me dictaba no solo la razón sino los datos médicos frente a mí. A momentos mi fe flaqueaba, especialmente cuando no solo el escenario que me rodeaba era incierto sino que mis pronósticos médicos difícilmente cambiarían.
Mis temores no significaban falta de fe, simplemente reflejaban mi humanidad ante una situación imposible. A pesar de que cada día los pronósticos era cada vez más desalentadores y poco a poco me vi forzada a reconocer que mi vida cambiaba completamente, me negué a aceptar que mis sueños se estancarían. Me negué a creer que no habría una forma de alcanzar todos los deseos de mi corazón.
Cada día que pasaba, en mi soledad, mientras le lloraba a Dios, mientras veía a través de mi ventana y las montañas que estaban en el horizonte, pensaba cómo podría hacer realidad mis deseos de ver el mundo, de trascender en formas que mi cuerpo me impedía. Aunque muchos me dijeron que aceptará la voluntad de Dios, me negué a pensar que no tenía voz frente a mi Padre. Decidí que no perdía nada con presentar mi caso diariamente ante Él.
Tomé la atrevida decisión de desafiar de cierta forma a mi Padre, no estaba dispuesta a sentarme a esperar que las cosas se dieran en mi vida por arte de magia. Acepté que Dios me daría lo que Él deseará pero que si de mí dependía pedirle algo era que por muy dura que fuera la salida, me la diera. Durante más de tres años entre lágrimas y gritos ahogados le pedí que cumpliera su promesa, y más que eso que me concediera los anhelos de mi corazón.
Habían pasado 6 años de un proceso en el cual perdí casi toda la movilidad de una de mis piernas, con muchas secuelas en mi cuerpo, sin embargo comencé a entender que Él necesitaba tratar conmigo antes de concederme esos sueños a los que me aferraba. Él necesitaba estar seguro de que yo estaba lista para tomarlos para mí y no los desperdiciaría.
La vida, aunque dura y casi imposible a momentos, está diseñada para hacer de nosotros mejores, para convertir nuestros sueños en ideales aún más grandes de lo que podemos imaginar. Somos seres extraordinarios, pero muchas veces dejamos que el dolor nos impida ver lo que aguarda para nosotros en el siguiente capítulo. Nos estancamos en el lodo que ha creado nuestro dolor y decidimos no luchar por levantarnos.
No permitas que el dolor te quite tus sueños. Atrévete a soñar más allá de tus posibilidades. Persigue tus sueños más allá de tus obstáculos, más allá de tu dolor, más allá de tus cicatrices. Arriesga y pon tus sueños en manos de Dios y ten la seguridad que Él los hará florecer. Sueña.