En un año que ha sido todo menos predecible, me atrevo a decir que en un momento u otro, todos hemos experimentado un nudo en la garganta mientras nos preguntamos que depara este año, el mes que viene, el mañana, las próximas horas… Seguramente nos hemos preguntado si nuestras decisiones son acertadas o simplemente hemos atravesado la tan temida incertidumbre de todo lo que no podemos controlar (de lo que vivimos) y de lo que esperamos pero no tenemos idea si resultará bien. Hemos estado con nudos en la garganta.
Este año, para mí, como para muchos inició lleno de metas enormes, con sueños un poco locos, con planes que no sabía ni como alcanzaría; y, como para la mayoría, mi castillo de naipes no solo que se desarmó sino que ya no sabía ni donde estaban las cartas con las que jugaba. Decir que me he sentido frustrada a momentos es una manera generosa de calificar lo que he vivido en los últimos meses. La pandemia me quedó en segundo plano para ser muy honesta.
Tengo una larga experiencia tratando con Dios los temas relacionados a mi salud. Nuestra dinámica es muy peculiar, él sabe hasta cuando puedo o no tolerar las malas noticias y que tanto apoyo y cordura necesito para enfrentar mis procesos.
Después de un inicio de año rocoso, seguido por varias catarsis y una fase de iluminación, en medio de la cual nuestras casas nos permitían salir al mundo un poquito más y meses en los que comencé a arrancar un control adecuado de mi prótesis, experimenté un montón de retrocesos que me han llevado incluso a cuestionarme si en algún momento tendré una nueva amputación, si realmente lo que intento con mi equipo médico resulte. No voy a mentir, soy muy cerebral, pero mi corazón se turba ante las posibilidades delante de mí.
En medio del miedo y las preguntas que representan estas interrogantes comencé una montaña rusa en la que no estoy dispuesta a permitir que el intenso dolor que vivo controle todo lo que busco hacer cada día y la búsqueda equilibrada de avanzar a medida que no tengo idea que hay adelante.
A medida que atravieso días buenos y malos, pienso en todas las personas que al igual que yo, en medio de una crisis sanitaria viven momentos fatales, pérdidas, duelos, incertidumbres que duran más de lo que podemos soportar, escenarios imposibles incluso. Pienso en cómo se sienten, en sus angustias, en la ausencia de respuestas.
Y porque sé que a veces en medio de estas circunstancias no comprendemos porque Dios permite que vivamos estos dolores, recuerdo lo mucho que me costó en su momento entender que para todos “los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (ROMANOS 8:28).
Ha sido un año que nos ha tenido con un nudo en la garganta, pero en el que he aprendido a amar y apreciar todos y cada uno de los momentos dulces y amargos; a comprender que si en el pasado mis días oscuros me llevaron a la mañana siguiente, esta vez también veré el sol, sin importar que rayos me iluminen el día. No tengo la seguridad de que tiene el próximo año para mí o para ninguno de nosotros, pero sí tengo la certeza de que todo lo que vivimos resulta en algo bueno para quienes amamos a Dios. Nada sale de su control.
Así que mientras tememos, lloramos, nos preocupamos por lo que viene y por lo que vivimos, también aprendamos a confiar, a dar pasos en firme y avanzar, a saber que Dios está en nuestro camino sin importar que tan oscuro parezca.
Avancemos aun cuando tengamos miedo, con la confianza puesta en quien hará de nuestras mañanas más brillantes.