Fue hijo de una madre cuya palabra fue cuestionada, estuvo rodeado de familia y vecinos que debieron cuestionar la legitimidad de su nacimiento en cada ocasión.
Carpintero humilde que empezó a hacer milagros y de repente tenía a 12 personas siguiéndolo, amándolo y aprendiendo de él.
En su ministerio no solo había buenas noticias sino noticias que impactaban: comía con los pecadores, tocaba a los impuros, ponía de ejemplo a las culturas que odiaban y se paró frente a una mujer pecadora para defenderla. ¡Definitivamente tenemos un Dios de escándalos!
Es por eso que me encanta pensar que lo que para algunos es un error irreversible, imperdonable, la vergüenza, deshonra y desgracia, para mi Dios es una oportunidad para mostrarme su amor, su poder y misericordia.
Debes saber que muchas veces me uní a los grupos escandalizados cuando alguien no actuaba como debía y como se esperaba, muchas veces fui yo misma la que acusó y miró con desprecio a aquellos que fallaban y no demostraban lo que un «cristiano tiene que ser».
Con mis propios escándalos y errores he aprendido lo maravilloso que se siente tener a alguien sentado a tu lado apoyándote con amor, escuchando, limpiando la tierra de las rodillas y haciéndote sentir que aún hay mucho que amar en ti.
Me pongo a pensar de las veces en que Jesús se lleva las manos a la cara y piensa que no hemos aprendido nada de lo que él intentó enseñarnos, pero no tiene miedo de volverlo a intentar hasta que comprendamos.
Y gracias a su amor he aprendido que no debo escandalizarme de los pecados ajenos solo porque algunos de mis escándalos permanecen privados.
Que afortunados somos al leer de un Jesús tan distinto al que algunos nos presentan, que afortunados somos al leer y conocer a un Jesús que comprendía la humanidad y la necesidad de amor que teníamos día a día.
Gracias a Dios por demostrarnos diariamente que aún hay algo que amar en nosotros.
