Mientras nosotros procuramos rodearnos de gente «de bien», Jesús tenía cierta tendencia a ser amigo de todos, y cuando decimos todos, realmente son todos. No tan preocupado de su imagen pública, del qué dirán, y muy preocupado de acercarse a otros, quizá porque en su árbol genealógico consta una mujer que era mal vista por otros: Rahab.
Cuenta el libro de Josué, sexto libro de la Biblia, que los espías hebreos llegaron a Jericó a reconocer la tierra. El rey se enteró y mandó a capturarlos, pero Rahab, una prostituta, les ofreció escondite para que no fuesen atrapados. ¿Por qué los protegió?
Ella había escuchado los milagros que Dios había hecho, y aunque no era «del pueblo de Dios» sabía que había un poder más grande que los de su tierra. Pidió que su familia fuera protegida cuando Jericó perdiera la batalla contra los hebreos.
Una mujer que vivía de comercializar su cuerpo, tenía pleno conocimiento de que el Dios que abrió el mar era poderoso, y por su fe consta en la genealogía de Jesús, recordándonos que no se trata de pedigrí espiritual, sino de fe, confianza, creer.
Una prostituta en el árbol genealógico de Jesús, ja! quién lo habría dicho.
Rahab es prueba irrefutable de que Dios tiene en sus planes a todas las mujeres, a las que creen merecer donde están, y a aquellas que con vergüenza miran hacia arriba. Dios las ve iguales, porque él las creó.
No juzgues por su apariencia o por su estatura, porque yo lo he rechazado. El Señor no ve las cosas de la manera en que tú las ves. La gente juzga por las apariencias, pero el Señor mira el corazón.
1 Samuel 16:7 (Versión NTV)