Ver una cicatriz siempre será motivo de reflexión y alegría. Recordamos lo que vivimos, pero también lo que ya está sanado, y hay aún más alegría cuando damos esperanza a alguien más y decirle vas a salir de esta. Un corazón sano, sana a otros.
Recuerdo la conversación que tuve con una joven. Esperó a que todos se fueran de la reunión, se acercó en voz baja y me dijo pensarás que estoy loca, pero voy al psicólogo y tomo medicamentos para la depresión. Estaba muy preocupada y triste. Problemas en su casa, miedo a no poder salir de la espiral en la que estaba. Entendí lo que estaba viviendo, porque lo viví también.
Me contó su historia, le conté la mía. Ella no veía luz en el tunel, oportunidades ni mucha esperanza. Tenía miedo de convertirse en farmacodependiente. Conversamos un buen rato. Tuve la oportunidad y bendición de recordarle que Dios utiliza todo lo que él desea usar para trabajar en nosotros.
Recuperarnos del dolor es como recibir un pan para nosotros. Llevar esperanza a alguien más, es compartir el pan con otro hambriento.
No es que nosotros sanemos, no es nuestro poder, pero si conocemos del mejor doctor y nos callamos, es quitarle la oportunidad a alguien de ser sanado por Dios.
Cuando nuestro corazón ha sido sanado, hay alegría, el mundo vuelve a tener color. Podríamos quedarnos allí, disfrutando nuevamente la vida, pero te animo a dar un paso más: lleva color a la vida de otros.
Un endemoniado recibe libertad. Quiere seguir a Jesús, convertirse en uno de sus discípulos. Jesús le sugiere algo diferente, le convierte en su embajador personal.
Jesús le dijo:«Vuelve a tu casa, y cuenta allí
todo lo que Dios ha hecho contigo.»
Entonces el hombre se fue y contó por toda la ciudad
lo que Jesús había hecho con él.
Lucas 8:39
Piensa en alguien a quien puedes contarle lo que Jesús ha hecho por ti.